sábado, 26 de marzo de 2011

LAGRI_MAL


LAGRI-MAL

C
uando cae en mis manos una novela, un poemario, un relato o cualquier escrito, lo primero en que me fijo es en el título aunque a veces es engañoso porque un título que nos pueda parecer bonito o sugerente, puede defraudarnos con lo que nos encontremos en su interior. Eso es precisamente lo que me pasó con un relato de Rafael Russo titulado ¿adónde van las lágrimas? cuyo autor es de ascendencia argentina.

Cuando terminé de leerlo no me podía explicar como un argentino o hijo de argentinos se le ocurría escribir sobre lágrimas sin mencionar a las madres de la plaza de mayo, Carlos Gardel, Buenos Aires, el fútbol, Iguazú, Mar del planta etc. y sí lo hacía de lágrimas artificiales en una óptica que no irán mas allá de la factura del cliente. También puede ser que el autor se acordara de la letra de la canción dedicada a Eva Perón, no llores por mi Argentina.   

Como el título me pareció tan sugerente no tuve más remedio que plantearme la incógnita y pensar en lágrimas viajeras que van algo más lejos que la tela de un pañuelo.

Hay lágrimas que riegan los jardines de los cementerios, que caen directamente desde los ojos de los dolientes a los parterres y así se explica porque están llenos de vida aunque les rodee la muerte.
También podemos ver lágrimas en cualquier terminal de viajeros, en las muy cinematográficas despedidas en una estación de tren, las lágrimas del que parte y las de quien le despide se unen cayendo desde las mejillas al suelo del anden para subir en el siguiente tren sin importarles su destino.
Los techos de las  cocinas de viviendas y restaurantes también están llenos de vapor  de lágrimas producidas por los efluvios lacrimógenos de las cebollas al ser peladas, que son capaces de hacer llorar incluso a larga distancia como le pasó a Miguel Hernández que en su reclusión los recibió en pleno rostro al abrir el sobre que contenía la carta en la que la madre de su hijo contaba las penurias que estaban pasando hasta el punto de tener que alimentar al niño con cebollas y poco mas, pero el poeta transformó sus lágrimas en tinta para aplacar su pena escribiendo un poema dedicado a su hijo que hoy día sigue su recorrido por la literatura universal. 

Hay lágrimas que no salen de nuestro cuerpo por culpa de la rabia contenida, pero que si fluyen por dentro en torrentes subcutáneos que actúan de sedantes para tranquilizarnos. 
También se puede llorar de alegría, de risa. Yo he visto por la radio llorar a Juan Luis cano que con Guillermo Fesser forman el dúo humorístico goma espuma y que en las memorables madrugadas de los sábados con su programa en antena tres radio repartían risas y lágrimas a través de las ondas hertzianas y que entrando por mis oídos recuperaban la libertad manando por los ojos.  
Lo que no se sabe a ciencia cierta es adonde van las lágrimas de cocodrilo. Hay mucha controversia al respecto, pero yo creo que de ser cierto, esas lágrimas también son muy viajeras al caer en el agua del río y mezclarse con su caudal corriente abajo.
Pero de lo que si que estoy seguro es de que no hay lágrimas mas viajeras que las que el lector/ra derraman sobre el texto que tienen delante cuando este le ofrece emociones y sentimientos con las vivencias de sus personajes, con las idas y venidas de una rima, con la profundidad de la prosa poética.
Esas lágrimas viajaran adsorbidas por el papel allá donde les lleve el destino que el autor depare. 
Así que no siempre es cierto que un título original, sugerente o ingenioso nos garantice un texto a su altura, pero nunca está de más intentarlo.

JUANJO

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